viernes, 16 de mayo de 2008

MI ÚLTIMA CONVERSACIÓN CON SEPÚLVEDA.
Por Armando Larenas Leiva.
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Nos recuerdo sentados a la sombra de la buganvilla, capeando el calor, compartiendo un jugo. Desde el televisor, un político de los de marras, pontificaba sobre la democracia.
―Suena bonito: Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, pero, en realidad, son sólo palabras― dije, un poco mosqueado.
―La palabra democracia es una palabra polisémica, y debemos definirla muy bien antes de trabajar con ella― respondió Sepúlveda.
―Bueno, algo he oído por ahí, de democracias reales y democracias formales...
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Me interrumpió.
―El fenómeno del acomodo. ¿Has probado una de esas píldoras recubiertas? Son dulces y de buen sabor. Pero no trates de mascarlas... ¿Recuerdas la democracia protegida?
―Ajá...
―Para mí, la democracia es una forma de gobierno, en que el poder de éste proviene, o emana, como mejor prefieras, del pueblo...
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Al rato continuó:
―Y cuyas características principales son: El reconocimiento de la autonomía del individuo, de ese yo vital que caracteriza a todas y cada una de las personas, como componente de la sociedad. La democracia, se afirma esencialmente en la movilización de todos los individuos como centros vitales, y no sólo como una ideología o principio abstracto, sino encarnando una realidad... ¿Quieres más jugo? Hay más en el refrigerador.
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Tras la breve interrupción, prosiguió:
―También debe haber participación de todos en el poder político por el hecho de la igualdad inherente a todas las personas, lo que configura la idea de la no división de la sociedad en clases superiores e inferiores. Esto es, la igualdad esencial de todos los seres humanos. Sé lo que vas a decir, pero, por favor, no me interrumpas― agregó.
―Como iba diciendo, el principio de la igualdad esencial de todos los seres humanos no implica, en sí, una nivelación mecánica... No quiere decir que todos los hombres son iguales en cuanto a sus cualidades, méritos y dones, sino que todos personifican el mismo principio ontológico de humanidad... ¿Te das cuenta?
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Y al ver mi cara de no comprender, agregó:
―Esta igualdad deriva de la concepción cristiana de la hermandad de todos los hombres, en cuanto hijos de Dios.
―Hablas como el curita de La Victoria, el tal Mariano Puga.
―Sin esa concepción, nuestra sociedad nunca desarrollaría un orden político que garantizara un status social igual para todos...
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Las últimas palabras casi no las escuché. Su voz se había vuelto casi ininteligible, y su mirada era extraña. Lo recosté, y lo atendí lo mejor que pude.
Luego, como una pesadilla, vendría el SAMU, y su agonía en el Hospital.
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Santiago, marzo de 2007.

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