lunes, 19 de mayo de 2008

LA PUERTA NEGRA.
Por Carlos Raúl Sepúlveda C.
.
Me despierto crispado de dolor.
Hay algo dentro de mi pecho que se mueve y quiere salir, rompiéndolo todo, como en la historia de la zorra de Esparta.
Es la hora más negra de la noche.
Quince minutos antes del amanecer.
Respiro con infinitas precauciones.
En mi caja toráxica algo se hincha y puede reventar como un glóbulo negro.
Quiero escribir algo.
Esta hora llega siempre sin aviso y hay tanto que decir.
Tan poco tiempo.
Sólo lo necesario para un testimonio.
.
Esto es para mis hijos.
Fueron ustedes niños bienamados.
Nunca he dejado de pensarlos como pedazos míos, carne de mi carne y de mi sangre, asumiendo sus dolores y sus perplejidades...
¿Es una justificación?
¿Con eso basta?
Sí, ignoro que de repente pueden reclamarme una herencia verdadera.
Castillos, tesoros.
¿Qué fortalezas puedo heredarles sino aquellas sombrías ruinas de piedra que se levantan junto al mar, en el país de mis sueños?
¿Qué tesoros?
¿Qué clase de joyas escondidas, yo, que a lo largo de mi vida sólo he reunido música, libros y colores?
Tal vez una canción infantil que inventé para ustedes.
Una palabra única, una palabra de amor secreta, para nombrarlos, algo para ser transmitido a sus hijos como si fuese una caricia sólo nuestra.
¿Qué clase de rubíes, sino el rojo de los atardeceres que a lo largo de mi vida se han transformado en un interminable crepúsculo?
¿Qué respuestas puedo dejarles yo, que sólo tengo preguntas?
¿Qué verdades definitivas, si únicamente puedo mostrarles mapas de caminos abandonados y rutas sin regreso?
.
Alguna vez pensé cambiar el mundo.
No trataba de acumular nada, porque en ese sueño sería nuestro el aire, el agua, la tierra, el mar, el Sol, el mundo, la sabiduría, el amor, así como el mañana.
No pude.
No pudimos.
Sólo un puñado de huesos, cenizas en la boca, el ajenjo de la traición y el olvido, el conocimiento de la maldad...
Piedras memoriales, restos dispersos.
Recuerdos indeseables que nos asaltan todavía en pesadillas.
El dinero, las armas. El egoísmo, fueron los fuertes.
.
¿Puedo acaso legarles en mi testamento veinte, treinta años, este puñado de pensamientos rotos que no pesan más que una flor seca?
Una flor olvidada entre las páginas del libro de la vida.
Y en el recuento final...
¿Qué puedo darles?
Sólo mi rebeldía, mi corazón indómito, mi conciencia.
El saber cómo son las cosas en realidad.
Más allá de toda manipulación, de todo filtro, de todo engaño de la civilización.
De las convenciones de una educación religiosa, de la democracia entre comillas que no es tal, de los intereses creados que siempre serán omnipresentes.
Eso.
La búsqueda de la verdad, aquella que es imposible de transar.
La curiosidad.
Tal vez poder crear una mariposa con un trozo de papel, un sentimiento con un color, una estación con una única hoja seca.
La voluntad de luchar por la felicidad, la inteligencia, que nunca ha servido de mucho pero que también está ahí.
.
¡Cuidado! Es como un solo buey tirando una carreta en círculos, de nada sirve si no lleva junto a sí al otro animal, su compañero, el Criterio.
La relativa belleza que se destruye sin cesar.
La esperanza, como un puñado de espigas verdes que jamás se agostan.
La integridad, la consecuencia que nos permite seguir siendo nosotros.
Eso es todo.
Un poco más que un corazón dolorido y la soledad, mi compañera.
En el recuento creo que no es poco.
Siento que ha llegado el momento en que sabré finalmente lo que hay del otro lado de la gran puerta negra.
Que tengo que dejarles.
No hay temor al momento de partir, sólo tristeza.
¿Será suficiente mi legado?
.
El reloj se detiene.
Un viejo tren pitea en mi memoria anunciando su marcha.
Aquí queda mi amor.
Ya es tiempo.
.

Texto incluido en su libro “La puerta negra”.
Santiago, Ediciones de la Golondrina, 2006.

No hay comentarios: