PALABRAS DE LA MAREA BAJA.
Por Edgar Unger Reuther.
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Aún tengo recuerdos de una playa lejana, cuando el mundo era joven y con un futuro infinito, y desde luego no he olvidado el mar como era entonces. Mientras yo envejecía, sus criaturas de la oscuridad del principio, así como fuimos nosotros, no pueden ya iniciar nueva vida en tierra firme y salen enfermizas de las aguas a morir.
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Soy un testigo loco que vio pasar como una pesadilla, cientos de millones de años en un instante del tiempo.
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Ahora retrocedo al pasado y soy joven de nuevo. Camino con mis pies desnudos por la arena y en la bruma matinal, los gritos de las primeras gaviotas, las voces lejanas de los pescadores y el suave murmullo de la marea baja, forman parte de un silencio que me envuelve, como un manto mágico de recuerdos ancestrales.
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Empiezo a sentir calor en mi espalda, se desvanece la bruma matinal y el sol comienza a encender el mar.
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Me detengo frente a una poza para admirar en el fondo de sus aguas cristalinas, los tesoros del mar: guijarros multicolores transformados por la eterna marea, en joyas preciosas.
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Ignoraba que existían diferentes clases de negro. Conozco este color y también el blanco, pero desconocía el nombre de las infinitas tonalidades de estas piedras preciosas.
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Aquella mañana, una voz a mis espaldas interrumpió mis pensamientos y me ví frente a un anciano sacerdote.
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Y me habló así: “Lo que vemos aquí, es algo que siempre ha sido verdad, maravillosa y más antigua que nosotros. Pero no puedes separar estas joyas de su entorno, porque se secarán en tus manos, sus colores se apagarán y así perderán todo significado. Ni los areneros querrán estas piedras saladas, prefieren el canto del río.”
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Luego me miró a los ojos y preguntó: “Y tú, muchacho, ¿crees en algo?”
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Después de un tiempo, le respondí con mi voz algo temblorosa: “A veces veo imágenes, pero no sé de palabras para explicar su significado, Padre. Un pescador amigo, una noche junto al fuego, me dijo que eran un legado de hombres antiguos, pero inocentes, y que nosotros éramos parecidos a ellos.
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Puedo llegar tan lejos como hacer el signo de un pez, Padre. Esto es lo que tengo, esto es todo.”
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“Este es un signo muy bueno, me respondió el anciano. Te deseo una buena vida.”
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Y luego se dio vuelta y se alejó con pasos cansinos por las dunas. Nunca lo volví a ver...
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Despierto de mis pensamientos y llego al presente. Escucho truenos lejanos y caen las primeras gotas de lluvia. Buscaré algo para beber, cualquier cosa y luego me acomodaré en mi sillón y dejaré que el ruido de la lluvia, reemplace mis pensamientos.
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Temuco, 21 de abril de 2008.
Nota: Imágenes extraídas, respectivamente, de
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