miércoles, 4 de junio de 2008

PARA MI HERMANO CARLOS RAÚL.
Por Ramiro Sepúlveda Contreras.
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Compañeras y compañeros:
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Siempre es muy agradable reunirse para recordar a una persona querida. Es grato encontrarse con ustedes quienes fueron familiares, amigos, amigas, discípulos, aliados y hasta adversarios políticos que también respetaron a mi hermano Carlos Raúl.
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Desde luego ―y cómo no― me llenó de orgullo la invitación a participar de este acto, cuando llegaron a mi casa Richard Salazar, nuevo presidente de la SOCHIF (“el buen alemán”, le decía Raúl) y el Pato Haschke, su otro buen amigo y adlátere. Si alguno de ustedes no lo sabe, SOCHIF es la sigla de la Sociedad Chilena de Fantasía y Ciencia Ficción.
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Es lindo saber que sus sueños, su dedicación y su esfuerzo en la literatura, en la política y en la vida no fueron vanos. Que aquí están quienes lo quisieron y respetaron como fundador de la SOCHIF, donde editó la Revista Quantor y los libros de numerosos amigos, muchos de los cuales ya partieron. Entre ellos ―cómo olvidarlo― Juan Ricardo, el Guatón Muñoz, el querido Viejo Roca, el Chico Max y, desde luego, su compañera Eugenia Landabur. Mis mejores augurios para la generación que reemplaza hoy a aquellos que ya partieron.
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Aquí están quienes lo conocieron como el político contestatario y luchador que, desde su periódico digital El Tábano, se enfrentó a los dragones del poder. También se encuentran los que participaron de los Talleres de Reflexión Política Francisco Bilbao, qué, a través de su publicación “Voces Nuestras”, rechazó la exacción de los impuestos a nuestras riquezas básicas y denunció componendas y arreglines de bigotes.
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Han llegado, además, aquellos que lo conocieron como dirigente de artesanos y pobladores, a quienes editó una red de periódicos barriales para defender sus derechos en las distintas zonas de la capital.
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A todos ustedes, que lo conocieron como un gran organizador, como un intelectual, como un rebelde natural y finalmente como aquel escritor iluso, fantástico y siempre enamorado de la vida. Muchas gracias por estar aquí.
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No es mi intención aburrirlos.
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Me pidieron contar experiencias personales. Que relatase vivencias familiares, un poco de lo que fue nuestra vida o, como dicen ahora, ¿cuál fue el lado B de mi hermano? Nunca seré un infidente.
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Entremos en materia.
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Carlos Raúl, desde niño, siempre fue conocido como Raúl Sepúlveda, porque llevaba el mismo nombre de mi papá. Eso de Carlos sólo surgió después del año 1973, cuando muchos trataban de irse al exilio y otros pretendíamos hacer algo por Chile, sin alejarnos mucho. Fueron días duros para nosotros... Sufrimos por mi hermano menor Daniel, Detenido Desaparecido en ese mismo mes de Septiembre. Por otro lado, Raúl, que era el mayor de todos, y yo fuimos apresados y torturados. Raúl, al que desde niño le dije Guatón,
fue hasta el día 11 el Secretario General de una organización de la cual muy pocos sabían que existía: el Partido Federado de la Unidad Popular.
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Por aquellos días yo me desempeñaba como Jefe de Informaciones de Radio Magallanes y sobre el particular permítanme una pequeña aclaración.
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Hace unos años supe que un periodista que ese día 11 estuvo en la radio sólo hasta las 8 de la mañana, declaró reiteradamente durante su permanencia, exiliado en Europa, haber hablado esa mañana con el Presidente Allende en tres oportunidades. Esta declaración, absolutamente falsa, fue refrendada como verdadera por el Partido Comunista. El reportero a quien me refiero fue denunciado ante la Comisión de Ética del Colegio de Periodistas porque nunca habló con el compañero Presidente. En honor a la verdad, fui yo quien se comunicó esa mañana ―vía magneto― con el Presidente y luego entregué el teléfono a Guillermo Ravest, Director de la emisora, que fue quien formuló el reclamo contra el periodista citado, el que hoy, lamentablemente, adolece de una grave enfermedad.
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Perdónenme por haberme referido a esto (muy al margen del tema que nos convoca). Lo hice a petición de mi propio hermano Raúl a quien, en vida, le molestaba mucho esta situación, y de Richard Salazar que al invitarme a este acto, hace unos días, me manifestó su extrañeza porque nunca me hubiese referido a este equívoco. Si no hablé antes es porque siempre creí que lo importante fue posibilitar ese maravilloso discurso de las grandes alamedas y no orgullos ni lucimientos personales.
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Mi hermano Raúl fue rebelde desde siempre. Cursaba el Quinto Año de Humanidades en el colegio que la Alianza Francesa mantiene en Osorno cuando fue expulsado por encabezar la primera huelga de estudiantes que debió soportar ese establecimiento. No crean que por estudiar en ese colegio pertenecíamos a una familia muy pudiente. En verdad, somos de la llamada clase media-media. Mi papá era Profesor de Química y Farmacia y, aparte de en el Liceo, hacía clases en la Alianza y nosotros teníamos gratuidad de matrícula y estudios. Como yo era más chico que el Guatón y le seguía las de abajo, ambos fuimos exonerados junto a varios de mis compañeros de curso, amigos que algunos de ustedes conocen: Iván Marty, el Patán Mancilla, quien ahora es profesor de la misma Alianza Francesa, pero en África, y Pato Ahumada al cual, años después aquí en Santiago, luego de trabajar esforzadamente junto a Raúl ―en su época de artesano― la dictadura lo hizo desaparecer.
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Fruto de aquella huelga juvenil fueron también nuestros primeros nexos con los jóvenes comunistas, los que se acrecentaron cuando fuimos recibidos en el Liceo de Hombres de la ciudad.
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Raúl fue comunista durante muchos años. Ingresó primero a la Juventud y luego al Partido Comunista. Dirigente estudiantil primero y funcionario después, recorrió el país como un revolucionario profesional. Candidato a regidor y a diputado en la provincia de Ñuble, donde formó numerosos comités locales y bases. Siendo Secretario Regional en la provincia de Llanquihue, subrogó varias veces al Intendente Regional. Luego fue al Congreso donde, como funcionario de la Cámara, trabajaba con los diputados comunistas. Durante algún tiempo se sumó a la Organización Mundial por la Paz, que lo condecoró con la Medalla de la Paz en reconocimiento a su dedicación y esfuerzo.

Finalmente el Golpe Militar lo sorprendió en el citado Partido Federado de la Unidad Popular, una organización de carácter instrumental donde se reunían los partidos de la coalición de gobierno del Presidente Salvador Allende. Después, bueno, ustedes ya saben. Como muchos, incluida mi mamá y nuestro amigo Domingo Araya, y muchos otros se incorporó al PPD para lograr la vuelta a la democracia. No duró mucho allí. Primero se enfrentó a Schaulsohn, que está a la vista en lo que terminó, y más tarde con Bitar. Finalizó separando aguas con la fundación de los Talleres de Reflexión Política Francisco Bilbao, inicialmente creados como un espacio crítico en el propio seno del PPD.
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El Gordo fue siempre un muchacho tímido y retraído, no obstante muy influyente entre sus amigos que en aquellos años lo llamaban “el Filósofo”. Siempre con un libro bajo el brazo, no le gustaban las fiestas, no sabía bailar, cantaba desafinado, y no era de muchos pololeos, pero cuando se enamoraba había que tenerle respeto. No voy a hablar de sus pololas. Sólo un recuerdo para su mujer Anita María, tempranamente fallecida y con la cual formó una linda familia. Sus hijos Raúl Eduardo, Rita Rosana, Hilda Amelia y Ana Paz. A ellos se dirigió en su última novela, “La puerta negra”, cuando sintió que ya le llegaba la hora. Muchos de los que están hoy participaron hace poco más de un año en el lanzamiento de ese libro en la Sociedad de Escritores de Chile, institución que siempre lo acogió cálidamente. Permítanme citar algunas frases de ese texto:
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Esto es para mis hijos...
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Nunca he dejado de pensarlos como pedazos míos, carne de mi carne y de mi sangre, asumiendo sus dolores y perplejidades.
¿Es una justificación?
¿Con eso basta?
Si, no ignoro que de repente pueden reclamarme una herencia verdadera.
Castillos, tesoros.
¿Qué tesoros?
¿Qué clase de joyas escondidas, yo, que a lo largo de mi vida sólo he reunido música, libros y colores?
Tal vez una canción infantil que inventé para ustedes.
Una palabra única, una palabra de amor secreta, para nombrarlos, algo para ser transmitido a sus hijos como si fuese una caricia solo nuestra.
¿Qué respuestas puedo dejarles yo que sólo tengo preguntas?
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Raúl estuvo permanentemente apegado a su familia. En especial a mi mamá. Casi todos ustedes la conocieron como la Señora Hilda, en la casa de la calle Copiapó. Hace pocos años, tras su interminable tratamiento de diálisis, tres días a la semana, también nos abandonó. Fue una mujer de gran temperamento y mucha sensibilidad. No les quepa duda que su muerte nos golpeó fuerte. Especialmente a mi hermano Raúl, el cual, durante muchos años, permaneció bajo su alero, y entre ambos se acompañaron, protegieron y cuidaron.
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Fuimos buenos hermanos. Desde chicos tuvimos una relación armónica, de repente interrumpida por una discusión o un diferendo. Tenía que darse. Aún cuando por lo general estábamos de acuerdo y teníamos idearios comunes, Raúl fue siempre voluntarioso, y yo tampoco lo hago mal. Durante los últimos años, en la medida que nos quedábamos más solos, nos acercamos cada día más. La diabetes, enfermedad que también compartimos, fue otro factor importante.

Participamos de una marcha al Cementerio General un 11 de Septiembre. En esa ocasión Raúl se hizo una herida en un pié, fruto de la caminata. Porfiado como era, no quiso detenerse hasta que llegó cojeando al Memorial de los Detenidos Desaparecidos. Nunca logró recuperarse de esa, para otros, pequeña lesión. Durante meses lo acompañé diariamente a sus curaciones en el Consultorio Nº 1. A veces, debo reconocerlo, a regañadientes. No hubo cura y finalmente le cortaron un dedo del pié. Un ortejo, dicen finamente los médicos. Durante su hospitalización en el Hospital Salvador escribió una cueca larga sobre la lucha de los mapuches por sus derechos. Lamentablemente, no la pude encontrar entre sus papeles. Amistoso, como era, hizo buenas migas con muchos funcionarios de la Salud Pública, tan vilipendiada. La Señora Rita, su enfermera en el Consultorio a quién recordaba con especial cariño por su dedicación y profesionalismo. ¿Será por eso de que todos los enfermos se enamoran de las enfermeras?
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Murió con una sonrisa socarrona, como satisfecho de su vida. Con la misma simpleza que vivió. Déjenme contarles. El día que llegó a la Posta Central, desde donde no pudo salir con vida, habíamos almorzado juntos y estaba absolutamente normal. Fue por la tarde cuando recibí el llamado de su amigo Alfredo Parada, que había concurrido a visitarlo, el que me informó que Raúl no reconocía a nadie y que estaba hablando incoherencias. Ya en la casa de Copiapó, pensé que podía haberse tomado unos tragos, pero no era así. Llamé a la ambulancia y fuimos a la Posta.
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Luego de ser atendido, inyectado y oxigenado, recuperó la conciencia y pude pasar a verlo:
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― ¿Dónde estoy?, ¿quién me trajo?, ¿por qué me trajiste?
―Estabas difareando y no reconocías a nadie, le contesté.
―El que yo esté difareando es lo normal, no es ninguna novedad. Préstame tu celular, respondió.
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Trató de comunicarse no sé con quien, pero no lo logró. El médico de turno me dijo:
―Señor, su hermano tiene visita mañana en el cuarto piso.
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Me retiré contento porque ví que estaba lúcido. Ese fue el último atisbo de conciencia y de su humor lúdico. Nunca más nadie pudo cruzar una palabra con él.

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Santiago, 27 de mayo de 2008.

Nota: Leido en el homenaje que SOCHIF efectuó en memoria de Carlos Raúl Sepúlveda en Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La verdad es que me llena de orgullo y a la vez de pena leer, esta publicación, pues en ella se manifiesta la vida de mi familia y de mi padre... Ramiro Sepúlveda es mi padre y Raúl mi tío Guaton... mis hojos derraman algunas lagrimas al ver o más bien al leer el paso de nuestras vidas en estas páginas y recordar como la vida se nos va lenta y silenciosamente entre las manos sin que podamos detener el curso de los hechos...
agradesco la publicación de este artículo, que si bien, lo leí antes de que fuese pronunciado como un discurso de homenaje, hoy me llena el alma saber que desde el espacio se recuerda y plasma el alma de mi familia...
Carmen Gloria Sepúlveda