martes, 29 de abril de 2008

PALABRAS DE LA MAREA BAJA.
Por Edgar Unger Reuther.
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Aún tengo recuerdos de una playa lejana, cuando el mundo era joven y con un futuro infinito, y desde luego no he olvidado el mar como era entonces. Mientras yo envejecía, sus criaturas de la oscuridad del principio, así como fuimos nosotros, no pueden ya iniciar nueva vida en tierra firme y salen enfermizas de las aguas a morir.
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Soy un testigo loco que vio pasar como una pesadilla, cientos de millones de años en un instante del tiempo.
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Ahora retrocedo al pasado y soy joven de nuevo. Camino con mis pies desnudos por la arena y en la bruma matinal, los gritos de las primeras gaviotas, las voces lejanas de los pescadores y el suave murmullo de la marea baja, forman parte de un silencio que me envuelve, como un manto mágico de recuerdos ancestrales.
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Empiezo a sentir calor en mi espalda, se desvanece la bruma matinal y el sol comienza a encender el mar.
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Me detengo frente a una poza para admirar en el fondo de sus aguas cristalinas, los tesoros del mar: guijarros multicolores transformados por la eterna marea, en joyas preciosas.
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Ignoraba que existían diferentes clases de negro. Conozco este color y también el blanco, pero desconocía el nombre de las infinitas tonalidades de estas piedras preciosas.
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Aquella mañana, una voz a mis espaldas interrumpió mis pensamientos y me ví frente a un anciano sacerdote.
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Y me habló así: “Lo que vemos aquí, es algo que siempre ha sido verdad, maravillosa y más antigua que nosotros. Pero no puedes separar estas joyas de su entorno, porque se secarán en tus manos, sus colores se apagarán y así perderán todo significado. Ni los areneros querrán estas piedras saladas, prefieren el canto del río.”
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Luego me miró a los ojos y preguntó: “Y tú, muchacho, ¿crees en algo?
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Después de un tiempo, le respondí con mi voz algo temblorosa: “A veces veo imágenes, pero no sé de palabras para explicar su significado, Padre. Un pescador amigo, una noche junto al fuego, me dijo que eran un legado de hombres antiguos, pero inocentes, y que nosotros éramos parecidos a ellos.
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Puedo llegar tan lejos como hacer el signo de un pez, Padre. Esto es lo que tengo, esto es todo.”
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Este es un signo muy bueno, me respondió el anciano. Te deseo una buena vida.”
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Y luego se dio vuelta y se alejó con pasos cansinos por las dunas. Nunca lo volví a ver...
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Despierto de mis pensamientos y llego al presente. Escucho truenos lejanos y caen las primeras gotas de lluvia. Buscaré algo para beber, cualquier cosa y luego me acomodaré en mi sillón y dejaré que el ruido de la lluvia, reemplace mis pensamientos.
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Temuco, 21 de abril de 2008.
Nota: Imágenes extraídas, respectivamente, de

lunes, 28 de abril de 2008

"Mi última clase de Historia de Chile",
de Alberto Galleguillos Jaque.
Santiago, Ediciones de la Golondrina, 1994.
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Prólogo de.
Carlos Raúl Sepúlveda Contreras.
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Todo comenzó con el sonido de un trueno lejano. Los Hawker Hunter bombardeaban La Moneda. La orgullosa tradición constitucionalista y democrática de nuestro país era borrada, en un solo estallido de sangre y fuego, como resultado del contubernio de le derecha económica, las compañías transnacionales, el imperialismo norteamericano y un conjunto de generales traidores a su bandera y al estado de derecho.
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Una semana antes, tras las bambalinas del viejo Teatro Caupolicán, cambiamos una mirada desolada con Alberto Galleguillos. Era el homenaje de las fuerzas de la Unidad Popular al líder uruguayo Liber Seregni y parecía una concentración de fuerzas encontradas, el extremismo y la intolerancia, con toda su polarización irracional hacían presa de las fuerzas populares y los dirigentes más lúcidos no teníamos ya nada que hacer. Nos dimos un abrazo. Era el réquiem al gran sueño de justicia y libertad que enarbolara Salvador Allende para su patria.
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El resto es conocido: A partir del 11 de Septiembre de 1973 la fuerza bruta elevada a la categoría de razón de Estado; el crimen institucionalizado; la tortura cotidiana; el toque de queda como elemento imprescindible para mantener a la nación sometida; el control férreo de los medios de comunicación; las irrupciones nocturnas en los hogares; la persecución sin tregua; los asesinatos en masa; los detenidos desaparecidos y el martirio de un pueblo orgulloso, obligado a someterse bajo la bota, humillado, robado y escarnecido.
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A pesar del predominio de estas fuerzas demoníacas, hubo sin embargo personas comunes y corrientes, ni mártires ni héroes, sino ciudadanos anónimos que no permitieron que el triunfo de la muerte sobre la vida, del egoísmo sobre la solidaridad, fuese absoluto. Gentes como Alberto Galleguillos, testigo lúcido de su tiempo, dirigente popular y maestro de juventudes, que en medio del horror, mantuvo su fe en el hombre y su destino, que a pesar de la debilidad de la carne, del miedo, porque todos somos humanos y lo experimentamos, de la decepción ante cobardías morales y deserciones, persistió en su ideal, “jugándosela con todo” al igual que muchos otros que ya no están, sin preocuparse por sí mismo.
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Lo recuerdo también en esos días negros en que intentábamos infructuosamente organizar la resistencia a la dictadura en su amado Café Do Brasil, buscando contactos y, como recuerda en estas páginas, cambiando dólares para mantener a los dirigentes en la clandestinidad...
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Por eso estas páginas agrupadas con el título de “Bajo la Dictadura” nos parecen tan frescas, tan vívidas, tan actuales. En ella encontramos nombres amados, nombres de amigos ya casi olvidados y nuestro propio nombre, moviéndose en el escenario de pesadilla que la dictadura militar construyó para los chilenos.
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Alberto insiste en que las cosas tienen que decirse, tienen que registrarse. La vida humana es corta y la memoria, aún más. En Septiembre de 1973 no podíamos imaginar la profundidad del horror, el daño, que no es posible medir, que se inflingiría al espíritu de la nación, el reemplazo de una juventud generosa, plena de ideales, por otra consumista, competitiva, sin más norte que el interés propio.
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Las generaciones venideras deben saber la verdad. No una verdad de índices económicos manipulados, de una sociedad castrada y conformista que cierra los ojos ante la miseria y cree que el hambre, la falta de seguridad social, las deficiencias en el plano educacional, son un “reality show”, una película más en la TV.
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De ahí la importancia testimonial del libro del Profesor Galleguillos. Esta es la verdad, sin velos, sin atenuantes, sin procesiones fascistas con antorchas y banderas a la punta del cerro, la verdad de la tortura en congestionados calabozos, de enterramientos clandestinos de hombres, mujeres y niños asesinados por capricho; de la bestialidad total que la impunidad puede proporcionar a un ser humano sobre el otro, al que minusvalora apodándole “humanoide”.
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El libro de Alberto enseña a amar la libertad, a mostrar lo que significa su ausencia, enseña a amar al hombre, al retratarlo en toda su grandeza y miseria, a este entrañable Chile que un día nos fuera arrebatado. Y que más temprano que tarde reconstruirá su sensibilidad y cultura, la que otrora nos hiciera estar orgullosos de haber nacido en esta tierra.
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Liceo de Adultos Prof. Alberto Galleguillos Jaque
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...Y como dice el cantor popular, “¿Adónde irá el buey que no are?”, Galleguillos sigue siendo el animador de la velada artística escolar, el profesor rural sacrificado a la necesidad de su patria de contar con hijos ilustrados, generosos y libres, el revolucionario consecuente, rebelde a la tiranía y finalmente y para siempre el profesor de historia, pero de la historia viva en que todos nosotros somos protagonistas de una trama temporal despiadada y en ocasiones risible.
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"Mi última clase de Historia de Chile" es, por tanto, mucho más que la anécdota ocasional que encabeza, es toda una lección de chilenidad que, no me cabe duda, contribuirá a mantener el espíritu y la tradición que la infamia no pudo quebrar.
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Santiago, Octubre de 1994.
Nota 1: Imagen de sellos en homenaje a Liber Seregni extraída de
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Nota 2: Imagen de Liceo de Adultos Prof. Alberto Galleguillos extraída de