martes, 10 de junio de 2008

REGRESO A CASA.
Por Patricio Haschke Fritz.
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(Recreación de “El túnel adelante”, de Alice Glasser.)
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¿Alguna vez alguien se ha detenido a pensar cómo la naturaleza nos pasa la factura por los gastos que generamos al contaminar? ¡Cuántas cosas hemos perdido que para nuestros padres eran habituales!
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Personalmente tengo un presentimiento. Este me viene cada vez que me encuentro en un taco y veo cómo ha aumentado la cantidad de vehículos, como en cierta manera hemos asumido este costo por ser dueños de un auto, lo que perdemos cuando creemos que somos libres para desplazarnos adonde queremos ir.
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He aquí algunas cosas que NO SE PUEDE:
Exponer la piel a los rayos solares: Capa de ozono destruida.
Comer crudos mariscos y verduras: Virus del cólera.
Comer mariscos incluso cocidos: Marea roja.
Hacer ejercicios físicos: Smog, problemas respiratorios.
Acampar: Virus hanta.
Comer huevos y derivados crudos: Salmonelosis.
Comer hígado de vacuno: Saturados de esteroides.
Conducir nuestros vehículos: Restricción automotriz, prohibición de estacionarse en gran cantidad de calles.
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Y algunas más que se me escapan, pero que ustedes no ignoran, ya que estamos en el mismo problema. En mis ratos perdidos tratando de circular he cavilado cierta historia que espero jamás ver cumplida.
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“Mis rodillas casi topan con mi cara. Nuestro auto cumple con las normas exigidas por el Estado. Mi familia está compuesta por el máximo permitido por la ley, la formamos mi esposa, mi hijo, mi hija y yo. Mientras conduzco voy recordando los sucesos que han puesto a nuestra familia en esta situación. Nuestros hijos durante largo tiempo nos pidieron conocer el mar. Cosa que logramos tras soportar sus incesantes ruegos.
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El Gran Santiago, ciudad que imposibilitada de seguir tragando las más ricas tierras agrícolas se vio obligada a crecer en altura, y ya en el año 2030 tenía la increíble población de 14 millones de habitantes. Contaminada en todos los sentidos, la sociedad se vio obligada a normarse para poder sobrevivir con una muy mala calidad de vida. Las familias son de un máximo de cuatro componentes, los miembros adicionales acarrean las penas del infierno en materia de impuestos y gastos, que antiguamente eran relativamente gratis pasan a ser increíblemente caros, los de educación, salud y vivienda, obligando a ser muy cuidadosos al momento de escoger aumentar la familia. Los medios para regular la natalidad (anticonceptivos, abortos y esterilización) son gratuitos, y no olvidemos la eutanasia, son entregados por el Estado.
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El país, y en general todos os países del mundo tienen el mismo problema, y estas normas son un hecho corriente en todo el orbe. La moral, la ética y las religiones se vieron sobrepasadas, y la especie es más importante que el individuo. Pero todo esto no lo saben nuestros hijos que ingenuamente juegan y ríen en la parte trasera de nuestro pequeño auto compacto de origen asiático. Felices e ignorantes de nuestras preocupaciones sólo recuerdan los gratos momentos de su tarde en la playa.
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Después de presentar varias veces la solicitud de viaje al litoral central nos vimos “favorecidos”, si así se puede decir con un cupo para estar unas horas en la playa, asumiendo por escrito los riesgos que esto conlleva. Todo comenzó con un apretado y estricto itinerario que debíamos cumplir. Ingresar a las 6 AM a la antigua Autopista del Sol, y tomar nuestro lugar en la interminable cinta de plástico y acero que conforman los audaces que al igual que nosotros van rumbo al soñado paseo. Luego de largas horas de lento viaje, llegamos a un lugar de estacionamiento distante 2 km de la playa, donde debimos esperar casi una hora nuestro turno de avanzar caminando al lugar que teníamos designado para cambiarnos de ropa y así poder “gozar” de los placeres del mar.
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Estando en esta zona sonó una sirena estridente que anunció el cambio de paseantes. Nos dirigimos presurosos a nuestro lugar indicado, en el cual los niños usaron por primera vez sus baldes y palas con verdadera arena, donde luego de disfrutar de un fuerte sol protegidos por un ungüento de alto factor protector de rayos UV, tomamos a los niños y dirigimos nuestros pasos al mar, esperábamos encontrarlo donde había más gente, acertamos y procedimos a avanzar entre un apretado grupo que pensaba lo mismo que nosotros, luego nos encontramos sumergidos hasta la cintura en el agua donde lo único que podíamos hacer era realizar una extraña gimnasia saltando y agachándonos para mojar el cuerpo entero, esto lo hacíamos imitando a los demás. Luego de permanecer alternativamente en el agua y arena durante 3 horas, la estridente sirena nos anunció el término de nuestro tiempo.
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Desandamos el trayecto a nuestro auto con los niños felices por su tarde de sol y mar, pero mi señora y yo pensábamos sin hablar de lo que nos esperaba.
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El retorno a la gran urbe comenzó con un gran taco que es típico en las carreteras, y aquí me encuentro avanzando apenas en medio de los autos con sus conductores preocupados y ceñudos olvidados al igual que yo de las incomodidades del viaje, pero con la adrenalina a chorros en la sangre. Presiento que Eugenia me mira, pero cada vez que volteo la cara, ella esquiva mi mirada, está callada pero sé en lo que está pensando. Atrás Ilse y Jorge, sin saber de nuestra preocupación, continúan con sus fantasías. El tránsito es lentísimo y a ratos se detiene, ambos sabemos la causa, y la tensión aumenta. De pronto a lo lejos vemos el gran túnel que separa la Quinta Región del Área Metropolitana. Quisiera salirme de la carretera, pero esto es imposible por las barreras a los costados. El flujo vehicular nos conduce al túnel, el ambiente se hace tenso, y los niños captan nuestro nerviosismo y callan tratando de comprender la situación. Hacen algunas preguntas que no contesto por no mentirles.
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Así, sin querer hacerlo, ingresamos al túnel, largo, larguísimo, interminable. Ya no respiro, sólo trato de ver el final. El flujo es lento e insoportable... Por fin diviso la señal indicadora de la salida, trato de rezar, pero los nervios me impiden hacerlo...
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¡Hemos salido! Avanzamos unos metros, y yo estallo en risas, Eugenia rompe en un histérico llanto, Ilse y Jorge nada comprenden. De repente suena un largo bocinazo que es cortado bruscamente. Miro por el espejo y veo que el túnel se ha cerrado. El destino quiso que fuéramos ganadores de un premio más grande que los antiguos Loto y Kino. Esta vez el túnel nos perdonó.
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El método aleatorio de controlar la población consiste en cerrar el túnel, inyectar gases mortales, incinerar a todo lo que se encuentre en su interior, y así cuatro pistas con 4 km de largo ocupadas por autos de 2,5 m de largo, que hacen un total de 6400 vehículos con 4 ocupantes. Es decir, 25600 santiaguinos desaparecen dejando su lugar a otros. Este ciclo se repite varias veces por día.
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Pero ya no estamos tristes. Sólo es el precio de vivir en el Gran Santiago.”
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Narración incluída en Revista Quantor, Año I - Nº 2.
Ilustrada especialmente por el dibujante Hernán Escobar.
Santiago, Ediciones de la Golondrina, 1998.

jueves, 5 de junio de 2008

EN MEMORIA DE CARLOS SEPÚLVEDA.
Por Mª Eugenia Walker Vicuña.
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En este aniversario del fallecimiento de Carlos Sepúlveda quiero recordar brevemente el talento que él desarrolló en vida en el área de las artes plásticas. Tuve la oportunidad de apreciar algunos bocetos suyos y en ellos destacaba su buen gusto, percepción educada y su voluntad de experimentación.
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Él parece haber seguido esa tan querida máxima de los intelectuales comprometidos: ser revolucionarios en las acciones e interpretaciones, y educados burgueses en cuanto a gustos estéticos.
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Por compromisos ineludibles no podré asistir a la actividad a realizarse en su homenaje. Pero he querido participando a través del diseño del afiche promocional. Lo he elaborado siguiendo los requerimientos del Museo anfitrión así como los de la SOCHIF, destacando un dato histórico de ella.
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Santiago, 27 de mayo de 2008.

miércoles, 4 de junio de 2008

PARA MI HERMANO CARLOS RAÚL.
Por Ramiro Sepúlveda Contreras.
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Compañeras y compañeros:
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Siempre es muy agradable reunirse para recordar a una persona querida. Es grato encontrarse con ustedes quienes fueron familiares, amigos, amigas, discípulos, aliados y hasta adversarios políticos que también respetaron a mi hermano Carlos Raúl.
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Desde luego ―y cómo no― me llenó de orgullo la invitación a participar de este acto, cuando llegaron a mi casa Richard Salazar, nuevo presidente de la SOCHIF (“el buen alemán”, le decía Raúl) y el Pato Haschke, su otro buen amigo y adlátere. Si alguno de ustedes no lo sabe, SOCHIF es la sigla de la Sociedad Chilena de Fantasía y Ciencia Ficción.
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Es lindo saber que sus sueños, su dedicación y su esfuerzo en la literatura, en la política y en la vida no fueron vanos. Que aquí están quienes lo quisieron y respetaron como fundador de la SOCHIF, donde editó la Revista Quantor y los libros de numerosos amigos, muchos de los cuales ya partieron. Entre ellos ―cómo olvidarlo― Juan Ricardo, el Guatón Muñoz, el querido Viejo Roca, el Chico Max y, desde luego, su compañera Eugenia Landabur. Mis mejores augurios para la generación que reemplaza hoy a aquellos que ya partieron.
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Aquí están quienes lo conocieron como el político contestatario y luchador que, desde su periódico digital El Tábano, se enfrentó a los dragones del poder. También se encuentran los que participaron de los Talleres de Reflexión Política Francisco Bilbao, qué, a través de su publicación “Voces Nuestras”, rechazó la exacción de los impuestos a nuestras riquezas básicas y denunció componendas y arreglines de bigotes.
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Han llegado, además, aquellos que lo conocieron como dirigente de artesanos y pobladores, a quienes editó una red de periódicos barriales para defender sus derechos en las distintas zonas de la capital.
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A todos ustedes, que lo conocieron como un gran organizador, como un intelectual, como un rebelde natural y finalmente como aquel escritor iluso, fantástico y siempre enamorado de la vida. Muchas gracias por estar aquí.
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No es mi intención aburrirlos.
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Me pidieron contar experiencias personales. Que relatase vivencias familiares, un poco de lo que fue nuestra vida o, como dicen ahora, ¿cuál fue el lado B de mi hermano? Nunca seré un infidente.
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Entremos en materia.
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Carlos Raúl, desde niño, siempre fue conocido como Raúl Sepúlveda, porque llevaba el mismo nombre de mi papá. Eso de Carlos sólo surgió después del año 1973, cuando muchos trataban de irse al exilio y otros pretendíamos hacer algo por Chile, sin alejarnos mucho. Fueron días duros para nosotros... Sufrimos por mi hermano menor Daniel, Detenido Desaparecido en ese mismo mes de Septiembre. Por otro lado, Raúl, que era el mayor de todos, y yo fuimos apresados y torturados. Raúl, al que desde niño le dije Guatón,
fue hasta el día 11 el Secretario General de una organización de la cual muy pocos sabían que existía: el Partido Federado de la Unidad Popular.
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Por aquellos días yo me desempeñaba como Jefe de Informaciones de Radio Magallanes y sobre el particular permítanme una pequeña aclaración.
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Hace unos años supe que un periodista que ese día 11 estuvo en la radio sólo hasta las 8 de la mañana, declaró reiteradamente durante su permanencia, exiliado en Europa, haber hablado esa mañana con el Presidente Allende en tres oportunidades. Esta declaración, absolutamente falsa, fue refrendada como verdadera por el Partido Comunista. El reportero a quien me refiero fue denunciado ante la Comisión de Ética del Colegio de Periodistas porque nunca habló con el compañero Presidente. En honor a la verdad, fui yo quien se comunicó esa mañana ―vía magneto― con el Presidente y luego entregué el teléfono a Guillermo Ravest, Director de la emisora, que fue quien formuló el reclamo contra el periodista citado, el que hoy, lamentablemente, adolece de una grave enfermedad.
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Perdónenme por haberme referido a esto (muy al margen del tema que nos convoca). Lo hice a petición de mi propio hermano Raúl a quien, en vida, le molestaba mucho esta situación, y de Richard Salazar que al invitarme a este acto, hace unos días, me manifestó su extrañeza porque nunca me hubiese referido a este equívoco. Si no hablé antes es porque siempre creí que lo importante fue posibilitar ese maravilloso discurso de las grandes alamedas y no orgullos ni lucimientos personales.
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Mi hermano Raúl fue rebelde desde siempre. Cursaba el Quinto Año de Humanidades en el colegio que la Alianza Francesa mantiene en Osorno cuando fue expulsado por encabezar la primera huelga de estudiantes que debió soportar ese establecimiento. No crean que por estudiar en ese colegio pertenecíamos a una familia muy pudiente. En verdad, somos de la llamada clase media-media. Mi papá era Profesor de Química y Farmacia y, aparte de en el Liceo, hacía clases en la Alianza y nosotros teníamos gratuidad de matrícula y estudios. Como yo era más chico que el Guatón y le seguía las de abajo, ambos fuimos exonerados junto a varios de mis compañeros de curso, amigos que algunos de ustedes conocen: Iván Marty, el Patán Mancilla, quien ahora es profesor de la misma Alianza Francesa, pero en África, y Pato Ahumada al cual, años después aquí en Santiago, luego de trabajar esforzadamente junto a Raúl ―en su época de artesano― la dictadura lo hizo desaparecer.
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Fruto de aquella huelga juvenil fueron también nuestros primeros nexos con los jóvenes comunistas, los que se acrecentaron cuando fuimos recibidos en el Liceo de Hombres de la ciudad.
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Raúl fue comunista durante muchos años. Ingresó primero a la Juventud y luego al Partido Comunista. Dirigente estudiantil primero y funcionario después, recorrió el país como un revolucionario profesional. Candidato a regidor y a diputado en la provincia de Ñuble, donde formó numerosos comités locales y bases. Siendo Secretario Regional en la provincia de Llanquihue, subrogó varias veces al Intendente Regional. Luego fue al Congreso donde, como funcionario de la Cámara, trabajaba con los diputados comunistas. Durante algún tiempo se sumó a la Organización Mundial por la Paz, que lo condecoró con la Medalla de la Paz en reconocimiento a su dedicación y esfuerzo.

Finalmente el Golpe Militar lo sorprendió en el citado Partido Federado de la Unidad Popular, una organización de carácter instrumental donde se reunían los partidos de la coalición de gobierno del Presidente Salvador Allende. Después, bueno, ustedes ya saben. Como muchos, incluida mi mamá y nuestro amigo Domingo Araya, y muchos otros se incorporó al PPD para lograr la vuelta a la democracia. No duró mucho allí. Primero se enfrentó a Schaulsohn, que está a la vista en lo que terminó, y más tarde con Bitar. Finalizó separando aguas con la fundación de los Talleres de Reflexión Política Francisco Bilbao, inicialmente creados como un espacio crítico en el propio seno del PPD.
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El Gordo fue siempre un muchacho tímido y retraído, no obstante muy influyente entre sus amigos que en aquellos años lo llamaban “el Filósofo”. Siempre con un libro bajo el brazo, no le gustaban las fiestas, no sabía bailar, cantaba desafinado, y no era de muchos pololeos, pero cuando se enamoraba había que tenerle respeto. No voy a hablar de sus pololas. Sólo un recuerdo para su mujer Anita María, tempranamente fallecida y con la cual formó una linda familia. Sus hijos Raúl Eduardo, Rita Rosana, Hilda Amelia y Ana Paz. A ellos se dirigió en su última novela, “La puerta negra”, cuando sintió que ya le llegaba la hora. Muchos de los que están hoy participaron hace poco más de un año en el lanzamiento de ese libro en la Sociedad de Escritores de Chile, institución que siempre lo acogió cálidamente. Permítanme citar algunas frases de ese texto:
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Esto es para mis hijos...
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Nunca he dejado de pensarlos como pedazos míos, carne de mi carne y de mi sangre, asumiendo sus dolores y perplejidades.
¿Es una justificación?
¿Con eso basta?
Si, no ignoro que de repente pueden reclamarme una herencia verdadera.
Castillos, tesoros.
¿Qué tesoros?
¿Qué clase de joyas escondidas, yo, que a lo largo de mi vida sólo he reunido música, libros y colores?
Tal vez una canción infantil que inventé para ustedes.
Una palabra única, una palabra de amor secreta, para nombrarlos, algo para ser transmitido a sus hijos como si fuese una caricia solo nuestra.
¿Qué respuestas puedo dejarles yo que sólo tengo preguntas?
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Raúl estuvo permanentemente apegado a su familia. En especial a mi mamá. Casi todos ustedes la conocieron como la Señora Hilda, en la casa de la calle Copiapó. Hace pocos años, tras su interminable tratamiento de diálisis, tres días a la semana, también nos abandonó. Fue una mujer de gran temperamento y mucha sensibilidad. No les quepa duda que su muerte nos golpeó fuerte. Especialmente a mi hermano Raúl, el cual, durante muchos años, permaneció bajo su alero, y entre ambos se acompañaron, protegieron y cuidaron.
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Fuimos buenos hermanos. Desde chicos tuvimos una relación armónica, de repente interrumpida por una discusión o un diferendo. Tenía que darse. Aún cuando por lo general estábamos de acuerdo y teníamos idearios comunes, Raúl fue siempre voluntarioso, y yo tampoco lo hago mal. Durante los últimos años, en la medida que nos quedábamos más solos, nos acercamos cada día más. La diabetes, enfermedad que también compartimos, fue otro factor importante.

Participamos de una marcha al Cementerio General un 11 de Septiembre. En esa ocasión Raúl se hizo una herida en un pié, fruto de la caminata. Porfiado como era, no quiso detenerse hasta que llegó cojeando al Memorial de los Detenidos Desaparecidos. Nunca logró recuperarse de esa, para otros, pequeña lesión. Durante meses lo acompañé diariamente a sus curaciones en el Consultorio Nº 1. A veces, debo reconocerlo, a regañadientes. No hubo cura y finalmente le cortaron un dedo del pié. Un ortejo, dicen finamente los médicos. Durante su hospitalización en el Hospital Salvador escribió una cueca larga sobre la lucha de los mapuches por sus derechos. Lamentablemente, no la pude encontrar entre sus papeles. Amistoso, como era, hizo buenas migas con muchos funcionarios de la Salud Pública, tan vilipendiada. La Señora Rita, su enfermera en el Consultorio a quién recordaba con especial cariño por su dedicación y profesionalismo. ¿Será por eso de que todos los enfermos se enamoran de las enfermeras?
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Murió con una sonrisa socarrona, como satisfecho de su vida. Con la misma simpleza que vivió. Déjenme contarles. El día que llegó a la Posta Central, desde donde no pudo salir con vida, habíamos almorzado juntos y estaba absolutamente normal. Fue por la tarde cuando recibí el llamado de su amigo Alfredo Parada, que había concurrido a visitarlo, el que me informó que Raúl no reconocía a nadie y que estaba hablando incoherencias. Ya en la casa de Copiapó, pensé que podía haberse tomado unos tragos, pero no era así. Llamé a la ambulancia y fuimos a la Posta.
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Luego de ser atendido, inyectado y oxigenado, recuperó la conciencia y pude pasar a verlo:
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― ¿Dónde estoy?, ¿quién me trajo?, ¿por qué me trajiste?
―Estabas difareando y no reconocías a nadie, le contesté.
―El que yo esté difareando es lo normal, no es ninguna novedad. Préstame tu celular, respondió.
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Trató de comunicarse no sé con quien, pero no lo logró. El médico de turno me dijo:
―Señor, su hermano tiene visita mañana en el cuarto piso.
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Me retiré contento porque ví que estaba lúcido. Ese fue el último atisbo de conciencia y de su humor lúdico. Nunca más nadie pudo cruzar una palabra con él.

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Santiago, 27 de mayo de 2008.

Nota: Leido en el homenaje que SOCHIF efectuó en memoria de Carlos Raúl Sepúlveda en Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna.

martes, 3 de junio de 2008

RECORDATORIO PÓSTUMO.
Por Mery Coloane.
Presidenta del “Grupo Literario Encuentro”.
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A Carlos Raúl Sepúlveda: Amigo, escritor, poeta, animador cultural.
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Hoy rememoro su estadía como un gran ser humano, y como integrante del “Grupo Literario Encuentro”. Hablar de él es muy grato, y por cierto, aún sabiendo que no estás entre nosotros físicamente, pero si espiritualmente y a través de tu obra literaria, te recuerdo con tu voz lenta y señorial, cuando nos hablabas con grata sabiduría, amigo, siempre estarás en nuestro medio, entre tus pares con tu poesía y narrativa.
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Hoy quiero referirme en forma muy breve a tu obra literaria, especialmente al libro “La puerta negra”, donde como autor nos llevas a la dinámica y luego al misterio, con una temática algo controvertida, que no ha sido fácil para el autor, y desde esta cosmovisión, el hablante nos transporta a intrincadas vivencias, y que seguramente contristaron el alma sensible del escritor. Es probable que desde esta perspectiva haya plasmado la retórica del libro ya mencionado, y que hoy está conmigo formando parte de todos los libros de muchos escritores y, por cierto, el de un amigo muy recordado: Carlos Raúl Sepúlveda.
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Afectuosamente, Mery Coloane.
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Santiago 27 de mayo, otoño 2008.
Nota: Leído en el homenaje realizado a Carlos Raúl Sepúlveda por SOCHIF en Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna.